En este episodio de ‘Gatos que fueron Tigres’, cruzamos las puertas del mítico Café Gijón, donde entre humos de tertulia y aroma de café, reinaba Alfonso, el cerillero. Con su caja de fósforos siempre a mano y una sonrisa sabia en los labios, encendía cigarrillos y también confidencias. No era cliente ni camarero: era parte del mobiliario invisible, de ese latido secreto que da alma a un lugar. Poetas, actores, políticos y soñadores pasaron ante él, y Alfonso, sin levantar la voz, se convirtió en testigo de una época y guardián de pequeños fuegos que nunca terminaron de apagarse.